El presidente está de gira por EEUU y Dinamarca, aprovechando para hacer gala del reconocimiento internacional que se le da en algunos ámbitos. Siempre es útil para cualquier mandatario, más aún para uno que llegó con cierta debilidad –“llegué por una triple carambola”- y que está embarcado en un realineamiento político interno e internacional descomunal. Estos eventos no cambian el mapa del planeta, pero son escenas que se suman para ir completando el guión de una película.
Como ya analizamos en otra oportunidad en esta columna, nadie debería cifrar demasiadas expectativas en que esta gira tenga algún efecto inmediato sobre la opinión pública local, pero siempre ayuda. A veces sucede que los mandatarios –todos desde 1983- creen leer que tienen una recepción en el exterior que no se condice con la que obtienen en cabotaje. A los más osados hasta les da bronca que el reconocimiento afuera no sea merituado adecuadamente en la política vernácula.
En esta ocasión Milei volvió a transitar por un ámbito religioso, donde se lo distinguió como “Embajador Internacional de la Luz”. Más allá de los motivos y la relevancia, es interesante detenerse en esta faceta mística del mandatario respecto a su impacto en la opinión pública. Planteado hace pocos días en grupos focales, registramos que cuando alude a “las fuerzas del cielo” es una expresión que la gran mayoría conoce. Sin embargo, dista de tener una referencia más allá de lo estrictamente personal. Los participantes consideran que es parte de la retórica religiosa de Milei y no lo consideran relevante en general. Algunos entrevistados lo ven como una forma de conectar espiritualmente con la gente; otros pocos se burlan de la expresión.
El tema tiene la suficiente magnitud como para que en una marcha opositora y sindical apareciese un cartel en donde se reclamaba al líder libertario que escuche a “las fuerzas del suelo”, haciendo referencia a los que la están pasando peor con el ajuste económico. Más allá de este juego de contra slogans y de su utilización política, está claro que la expresión en cuestión no es un ítem fuerte en la ciudadanía, que es visualizado como una creencia personal y que, por lo tanto, no genera una épica especial en su storytelling. También significa –como históricamente- que los votantes en la Argentina y en la región no se meten con temas de índole privada.
La relevancia de las definiciones
Es muy común que políticos, analistas y periodistas de este mundo le otorguen una relevancia especial a ciertas definiciones, partiendo del supuesto de que, si se lo dice, es porque tiene impacto. O sea, si no lo tuviera, no lo haría. Así es como muchos políticos repiten una y otra vez expresiones que no calan en la calle, pero que vibran en su propia cápsula. Por ejemplo, sucedió con la palabra “relato” durante los años kirchneristas. Cuando lo pusimos a consideración en estudios cualitativos, la gran mayoría no sabía de qué se trataba exactamente. Sin embargo, muchos –hoy mismo- se embarcaron en el slogan “dato mata relato”, sin tener en cuenta que la opinión ciudadana no se modifica con estadísticas. Al respecto, el fallecido lingüista americano George Lakoff lo desarrolla en uno de sus libros.
Lo que sí resulta relevante es que el propio presidente se autoperciba como un enviado divino para salvar a su pueblo, en este caso la Argentina, con una lógica bíblica. En muchos reportajes ha hecho referencia a su identificación con el rol bíblico de Moisés. Hace poco también posteó una imagen de Napoleón Bonaparte, pero con su cara. Más allá de los pareceres de cada uno, lo interesante es el tipo de vínculo con el liderazgo que desea transmitir, cómo quiere se lo visualice, con todas las consecuencias políticas que pudiese significar.
Al respecto, pararse muy alto en el pedestal tiene riesgos el día que los resultados buscados o profetizados no aparezcan, o cuando se produzca una crisis que cuestione esa autoinvestidura. Los liderazgos crean en la opinión pública los parámetros con los cuales quieren que se los considere. Desde el mesías Menem, hasta el hombre común de clase media De la Rúa o el omnipotente Kirchner. A la corta o a la larga, eso se desgasta, o en el peor de los casos se rompe. Le ha sucedido a todos y en algún momento le podría ocurrir también a Milei.
“El cisne negro”, como se auto calificó en la conferencia en Miami, tiene la enorme ventaja de haber nacido distinto, y el gran problema de… haber nacido distinto.